Esa soledad de pasar la noche solo, sola, de no escuchar un ruido, de despertarse en el medio de la noche y buscarte, buscarnos y levantarnos de la cama caminar entre las sombras y saber que estamos solos, que seguimos solos, que siempre, pero sobre todo esa noche, hemos estado solos.
La soledad de una habitación, de un montón de metros cuadrados blancos en silencio. Palabras que rebotan en las paredes, abrazos que no se dan, que no nos damos. El no sentir tu calor, el no sentir tu cuerpo, el sentir un vacío, un profundo vacío. Esa soledad amor mío, la sentiste estos días.
Una soledad absurda, un paso del tiempo absurdo, la falta de una decisión para cambiar la vida, una soledad creada, elegida, una soledad que no merecemos, una soledad estúpida, sin sentido alguno.
Esa soledad mi amor, es el pan de cada día en mi vida, cada martes, cada jueves, cada fin de semana, en mi cama, en mi espacio, en nuestro espacio, hay un hueco con tu nombre, hay un lugar vacío, tu lugar junto al mío. La paredes que gritan tu nombre, que me hablan al oido, que te llaman Estefanía, Carlota o Palinura, que dicen también tu nombre con todas sus letras, que ponen tal énfasis en la X que escucho sobre mí un zumbido mientras me quedo dormido.
No sé si la soledad quiere torturarme, matarme lentamente o solo recordarme que estoy solo, que no merezco estar de otra forma. Esta noche estratégicamente, cambié de espacio, pero el mismo hueco está ahí y mi cuerpo te extraña, y mis piernas no se enredan con nada y se extiende ese hueco a mi alma. Esta noche mi amor, estamos solos de nuevo, a más de mil kilómetros de distancia.
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